Ayer en la noche conocí a un fantasma, decía tener 20 años y tener ganas de recuperar su vida. Pero sus palabras torpes y alcoholizadas sus anécdotas repetidas y su mirada apagada me decían que ya no había forma de sacarla de su fosa y sólo esperaba que la cubrieran con tierra.
Venía acompañada de un monstruo, observador citadino, pervertido, feo, grotesco, galante, amado. Ahí estaba él, la había llevado con él, ¿Creerá amarla? ¿Estará acechando una presa enferma? ¿Será otro héroe tratando de revivir a los muertos? No lo sé. Pero el fantasma se pasó la velada conmigo, dejando al monstruo sentado en ése rincón debajo de un reflector.
Yo pude convertirme en un monstruo, me sentí tentado. Creo que aún tengo esperanzas porque no pude hacerlo.
Además, comer carne muerta desde hace tanto tiempo, enferma.
Envueltos como estábamos en ésa obscuridad, confundidos por el alcohol, arrebaté de las manos del fantasma la trampa del lobo, Rubén, el tipo que me servía las cervezas en la barra, que quiso morder la pieza garabateándo un teléfono en una servilleta sucia.
Ella está tan muerta que no vió el anzuelo, no sintió la mordida, no lo supo jamás.
Suficiente por una noche, no detendré una segunda mordida, ni mataré a ningún monstruo, me despido de los tres, y dejo al lobo y al monstruo acechando el borde del agujero, en el que ella habita.
Caminar es mucho más que dar pasos, caminar es avanzar, evolucionar aprender, experimentar, vivir.
viernes, 17 de junio de 2011
miércoles, 15 de junio de 2011
PASOS EN EL CORAZÓN
*Por favor lee el relato al mismo tiempo que se reproduce el video.
PASOS EN EL CORAZÓN
Fue un jueves por la tarde, era otoño y los días "blancos" habían llegado, sin sol y con mucho aire, los pocos que se aventuran a salir a la calle van siempre bien cubiertos por chamarras o abrigos.
Yo daba un paseo sobre reforma, meditabundo y sin rumbo, no ponía mucha atención a lo que pasaba a mi alrededor, cuando repentinamente me invadió un aroma completamente contrastante al seco y frío aroma de otoño; una mezcla de jazmín y cereza.
El aroma me hizo levantar la vista para buscar su origen. Ahí estaba, envuelta en un abrigo negro, pasaba justo al lado mío. Su cabello obscuro recogido en un chongo alto, limpiamente sujetado, dejando al descubierto un pequeño lunar detrás del blanco y largo cuello que el abrigo no cubría. Por debajo del abrigo se asomaban sus piernas envueltas en medias negras y unos zapatos de tacón y punta redonda, similar a los que usan las bailarinas de flamenco.
Cambié mi rumbo y la seguí hasta un puesto de periódicos en el que ella compró un cigarro, y en el cual yo puede apreciar su rostro mientras fingía mirar las revistas distraídamente. Unos 27 años, piel tersa, rasgos finos matizados por una expresión que denotaba preocupación o una intensa concentración.
Encendió su cigarrillo y comenzó a andar de nuevo y yo detrás de ella cuando noté algo extraño en la forma en que se movía, los pasos eran rítmicos, acompasados, pausados, seguros, pero lentos. Me dió tiempo de cambiarme de acera para poder seguirla sin que me notara. Causaba un extraño efecto de atracción a su alrededor; algunas personas con las que se cruzaba se detenían al percibir su aroma o al verla, tal como me pasó a mi, que ahora seguía a una chica tan sumida en sus pensamientos que no se percataba de lo que producía a su alrededor.
Giró a la izquierda y se introdujo en un viejo edificio a través de una despintada puerta de madera. Sin poder restringir mi impulso, atravesé la calle corriendo y traspasé la puerta con cautela. Mientras subía aquellas desvencijadas y chuecas escaleras, sentía mi pecho vibrando acompasadamente al ritmo de sus pasos, bum... bum... bum... me estremecía insistentemente, atrapado por aquél extraño sentimiento. Al final de las escaleras, llegué a una especie de recibidor donde un par de hombres vestidos de trajes obscuros y sombrero hablaban con ella familiarmente mientras uno de ellos le ayudaba a quitarse el abrigo.
El movimiento develó una figura bien estilizada, envuelta en un entallado vestido rojo, que contrastaba con la pésima iluminación del lugar, aumentando su notoriedad; su escote era lo suficientemente alto para dejarme el resto de su torso a la imaginación, pero lo suficientemente bajo para ponerme a imaginar. El vestido tenía un corte recto sin grandes detalles, salvo una apertura en la pierna izquierda que subía hasta la mitad del muslo, dejando ver una torneada y larga pierna a cada paso de daba. Mientras atravesaba otro vano al fondo de la habitación acompañada por uno de ellos.
Estaba a punto de darme la vuelta cuando el otro hombre me hizo una seña para que pasara a la siguiente habitación con él, las vibraciones volvieron, más veloces ahora, rítmicas, constantes, insitantes.
Avancé sin mirar a mi nuevo anfitrión, estoy seguro de que me dijo algo pero yo no lo escuché, caminaba determinado hacia la siguiente habitación, seguro de que la vería ahí de nuevo.
Mi pecho no dejaba de sacudirme, la habitación a la que había entrado era enorme y muy obscura, muchas personas observaban el centro iluminado, contemplando a la chica de rojo.
De pronto, un tipo salió de la penumbra, se acercó a ella con decisión y la tomó de la cintura, se reclinó sobre su cuello para aspirar su aroma mientras le acariciaba el brazo y ella enredaba una de sus piernas alrededor de su cintura.
Miré alrededor tratando de reconocer dónde me había metido.
Al fondo, una banda meneaba sus instrumentos al ritmo de mi pecho, al ritmo de sus pasos. Alrededor del centro comencé a distinguir pequeñas mesas ocupadas por grupos de 2 o 4. Mi anfitrión se encontraba hablándome de cerca sin percatarse de que por mi condición, no podía oírlo.
-"Ella baila tango" leí en sus labios cuando por fin volteé a verlo.
-"Yo, yo sólo puedo sentirlo"
Tango, un sentimiento triste, que se baila.
Inspirado en Cotopi
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