Este año, me he esforzado por hacer un esfuerzo extraordinario y evitar sermonear a la gente cuando me habla de lo maravilloso de la navidad. Me he negado a criticar la actitud consumista y desesperada de los padres para hacer realidad la fantasía de Santa Clós (así lo escribo yo) cuando lo tradicional aquí eran los Reyes Magos.
No hago caras cuando escucho la misma pista de canciones navideñas en cualquier tienda departamental y cuando veo que la tele está plagada de temas navideños sólo de cambio sin hacer bilis ni comentarios al respecto. Asistiré a la fiesta navideña y les desearé lo mejor a todos, de todo corazón, sin cruzar los dedos en mi espalda.
Pero no me pidan, ni en sus más perversas fantasías, que arrulle al niño Dios, ni que cante villancicos, o que incite a los niños a dormir temprano para esperar a Santa.