Hoy en la mañana, se subió una chica, de unos 25 años al metro con un bebé en brazos. No había nada en ella que te llamara la atención: de unos 1.55 cm. tenis, mezclilla, una blusa a rayas, el descuidado pelo apenas agarrado en una cola de caballo, una pañalera gastada color azul y su bultito envuelto en un chal gris.
No dio ninguna introducción, de pronto de ésa pequeña y gris chica, explotó una voz potente, clara y llena de sentimiento:
"Déjame volver, volver, contigo..."
Nunca he sido fan de las rolas de tipo Dulce, Lupita Dalesio o Yuri de los 80's, pero esa voz me desgarró por dentro, puse atención a cada una de sus palabras pasando por alto sus extrañas pausas causadas por no saber respirar. ¡Qué mas da! Un diamante en bruto, un paisaje agreste, un animal exótico, fuerte e indomable.
De pronto, entre canción y canción, una manita se asoma de entre su chal, un gorrito rosado, y luego una bebita hermosa, con su ropita cuidada y una mirada viva. La voz de ella se transformó para volverse suave y melodiosa al tiempo que le hablaba a la niña: "¿qué tienes amor? ¿Qué sucede? Si, te amo".
Calmó a la niña, la envolvió otra vez y como si de otra persona se tratara, regresó la titánica voz:
"Cuando supe toda la verdad, señora..."
No puedo sacarme su voz, de la cabeza.
Caminar es mucho más que dar pasos, caminar es avanzar, evolucionar aprender, experimentar, vivir.
viernes, 22 de noviembre de 2013
jueves, 14 de noviembre de 2013
MI PADRE
He estado ausente durante mucho tiempo del blog, han pasado muchas cosas y de pronto pocas parecen importantes, porque hay un pensamiento que inunda mi cabeza: Mi padre.
Nació el 23 de Marzo de 1948, primogénito del matrimonio de un QFB (Es casi todo lo que sé de él) y una india Nahua que mi abuelo se robó para casarse con ella.
Nació en casa, a la vieja usanza, en una casa de un típico estilo colonial en La Estrella Gustavo A. Madero; le amarraron las manos con cintas rojas de niño y no habló hasta que a los tres años, mi abuelo capturó un gorrión y lo hizo cantar en su boca. A partir de ahí no hubo fuerza que lo pudiera hacer callar.
Mi abuela tuvo múltiples embarazos, y mi abuelo, por lo que parece, crisis de alcoholismo y una estabilidad laboral que pocos quieren. Así que mi padre fungió como padre (y a veces madre) de varios de sus hermanos. Hizo talachas con mi abuelo, aprendió a cocinar por necesidad. "Había que darle de comer a todos, y no había para escoger, así que abría el refri e improvisaba con lo que encontraba", me explicó un día que, sorprendido de su creatividad y sazón, le pregunté quién le había enseñado a cocinar.
Se casó a los 16 años. Yo supongo que en una búsqueda por huir de las responsabilidades que injustamente le habían asignado, y en todo caso... buscar las propias, tuvo dos hijos, mis medios hermanos que tras la separación de sus padres vagaron de casa en casa siendo los hijos de nadie. Trogloditas, bruscos, maltratados y sencillos, se les hizo ver su suerte en cada nuevo hogar.
Mi padre fue reconocido como "todo un caballero" por cuanta mujer tuviera cerca. Era del tipo clásico, siempre peinado, siempre de traje y corbata, aún portando pañuelo de tela en todo momento, siempre perfumado y con un uso esmerado y disciplinado del lenguaje que rayaba en lo excesivo cuando de ocasiones triviales se trataba.
Fue actor, artista plástico, orador, velador, obrero, supervisor de fábrica, entrenador deportivo, un oficinista incansable, un lector insaciable y un gourmet a quien le faltó tiempo para probar de todo.
Conoció a mi madre trabajando. Ella se enamoró de su rectitud, su disciplina y su excelencia, y de ésos pequeños detalles como las gardenias que mi papá le compraba a la viejita que vendía flores sobre la Alameda Central, y que conocí tiempo después.
Después de 10 años de noviazgo, mi papá se decidió a casarse con mamá. La ceremonia por sus detalles y por lo sucedido en la fiesta, aún son recordados con risas y sorpresas.
Yo lo idolatré de pequeño, dormía sobre su pecho, lo esperaba por las noches para que me leyera mis cuentos. Le temí en mi infancia, su mirada estricta y sus expectativas para con mis resultados en la escuela siempre fueron una espada en mi espalda; de adolescente lo aborrecí, en la universidad lo olvidé y después, ya como un hombre adulto, tras su divorcio con mi madre, me encontré con un hombre con quien hablar de aquello que no compartía con nadie más que con él. Una visión práctica de la vida, la comida y las mujeres.
Nos enseñamos mutuamente, y nos llegamos a identificar a tal punto, que muchas veces sobraban las palabras para saber lo que quería decir el otro. Comíamos bebíamos y hablábamos a medias, a veces a muy enteras, contando chistes y comentando las últimas noticias.
Siempre besé a mi padre, para saludarlo y para despedirme.
La última vez que lo besé fue el pasado 1 de septiembre, me despedí por última vez de él, le di un beso en la mejilla, y lo dejé partir, con sus pulmones ahogados en el agua que retenía y su estómago lleno de las viandas que le procuraron durante las últimas semanas.
Con frecuencia lo extraño, y algunas veces, aún me duele mucho. Como cuando por primera vez vi su foto en mi amado altar de Día de Muertos, me duele cuando veo lo que le pasó a la Secretaría por la cual luchó y cuando alguien, aún no enterado, me pregunta con afecto por él.
Mi padre seguramente tendría más talento para escribir éstas líneas del que yo tengo hoy, pero hay días, los días en que más falta me hace, en que más lo extraño; que me miro al espejo, mis ojos, mi sonrisa, mis nacientes arrugas, mis labios apretados y mis ojeras permanentes y me percato de que mi padre, se aseguró de seguir viviendo aún con su cuerpo bajo tierra. Mi padre, vive en mi.
Nació el 23 de Marzo de 1948, primogénito del matrimonio de un QFB (Es casi todo lo que sé de él) y una india Nahua que mi abuelo se robó para casarse con ella.
Nació en casa, a la vieja usanza, en una casa de un típico estilo colonial en La Estrella Gustavo A. Madero; le amarraron las manos con cintas rojas de niño y no habló hasta que a los tres años, mi abuelo capturó un gorrión y lo hizo cantar en su boca. A partir de ahí no hubo fuerza que lo pudiera hacer callar.
Mi abuela tuvo múltiples embarazos, y mi abuelo, por lo que parece, crisis de alcoholismo y una estabilidad laboral que pocos quieren. Así que mi padre fungió como padre (y a veces madre) de varios de sus hermanos. Hizo talachas con mi abuelo, aprendió a cocinar por necesidad. "Había que darle de comer a todos, y no había para escoger, así que abría el refri e improvisaba con lo que encontraba", me explicó un día que, sorprendido de su creatividad y sazón, le pregunté quién le había enseñado a cocinar.
Se casó a los 16 años. Yo supongo que en una búsqueda por huir de las responsabilidades que injustamente le habían asignado, y en todo caso... buscar las propias, tuvo dos hijos, mis medios hermanos que tras la separación de sus padres vagaron de casa en casa siendo los hijos de nadie. Trogloditas, bruscos, maltratados y sencillos, se les hizo ver su suerte en cada nuevo hogar.
Mi padre fue reconocido como "todo un caballero" por cuanta mujer tuviera cerca. Era del tipo clásico, siempre peinado, siempre de traje y corbata, aún portando pañuelo de tela en todo momento, siempre perfumado y con un uso esmerado y disciplinado del lenguaje que rayaba en lo excesivo cuando de ocasiones triviales se trataba.
Fue actor, artista plástico, orador, velador, obrero, supervisor de fábrica, entrenador deportivo, un oficinista incansable, un lector insaciable y un gourmet a quien le faltó tiempo para probar de todo.
Conoció a mi madre trabajando. Ella se enamoró de su rectitud, su disciplina y su excelencia, y de ésos pequeños detalles como las gardenias que mi papá le compraba a la viejita que vendía flores sobre la Alameda Central, y que conocí tiempo después.
Después de 10 años de noviazgo, mi papá se decidió a casarse con mamá. La ceremonia por sus detalles y por lo sucedido en la fiesta, aún son recordados con risas y sorpresas.
Yo lo idolatré de pequeño, dormía sobre su pecho, lo esperaba por las noches para que me leyera mis cuentos. Le temí en mi infancia, su mirada estricta y sus expectativas para con mis resultados en la escuela siempre fueron una espada en mi espalda; de adolescente lo aborrecí, en la universidad lo olvidé y después, ya como un hombre adulto, tras su divorcio con mi madre, me encontré con un hombre con quien hablar de aquello que no compartía con nadie más que con él. Una visión práctica de la vida, la comida y las mujeres.
Nos enseñamos mutuamente, y nos llegamos a identificar a tal punto, que muchas veces sobraban las palabras para saber lo que quería decir el otro. Comíamos bebíamos y hablábamos a medias, a veces a muy enteras, contando chistes y comentando las últimas noticias.
Siempre besé a mi padre, para saludarlo y para despedirme.
La última vez que lo besé fue el pasado 1 de septiembre, me despedí por última vez de él, le di un beso en la mejilla, y lo dejé partir, con sus pulmones ahogados en el agua que retenía y su estómago lleno de las viandas que le procuraron durante las últimas semanas.
Con frecuencia lo extraño, y algunas veces, aún me duele mucho. Como cuando por primera vez vi su foto en mi amado altar de Día de Muertos, me duele cuando veo lo que le pasó a la Secretaría por la cual luchó y cuando alguien, aún no enterado, me pregunta con afecto por él.
Mi padre seguramente tendría más talento para escribir éstas líneas del que yo tengo hoy, pero hay días, los días en que más falta me hace, en que más lo extraño; que me miro al espejo, mis ojos, mi sonrisa, mis nacientes arrugas, mis labios apretados y mis ojeras permanentes y me percato de que mi padre, se aseguró de seguir viviendo aún con su cuerpo bajo tierra. Mi padre, vive en mi.
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