Como una forma
complementaria de obtener ingresos, ocasionalmente doy clases de manejo de
motocicleta, cuando surge algún cliente; hace poco, estaba dando la última
clase a uno de mis alumnos cuando sucedió algo especial:
Me solicitó que
lo acompañara a hacer una ruta hasta su trabajo y de regreso a su casa, para
reconocer la ruta. Casualmente, la ruta que tomamos, me llevó a un recorrido
lleno de recuerdos y nostalgias.
Pasamos frente al
Hotel Vigo, que fue testigo de mis visitas con “I” durante un año,
religiosamente cada fin de semana. A dos cuadras, los tacos de los Tavares, que
visité con “I” y con “B”, luego frente a los pulques a los que me llevó “A”,
luego la zona de trabajo que recorrí durante casi un año, de regreso, frente a
la casa donde vivìa “B” hace 23 años, cuando fuimos novios; el restaurante donde
me invitó a comer mi tía “A”; después a la glorieta de la Nueva Santa María,
frente al Kabuki donde solía comer con “I”, la paletería de barrio, llena de
años de recuerdos que vende unas paletas deliciosas, frente al estilista que me
atendió durante años, a pesar de que yo vivía a casi una hora de distancia,
frente a la casa de Mami Yankee, mi queridísima segunda madre, a quien le guardo
todo mi amor y añoranza.
Un camino lleno
de nostalgias, que, lejos de causarme pesar o un sentimiento de tristeza, me
llenó de un sentimiento de gratitud y satisfacción que creo que sólo se
consigue cuando haces las cosas “bien”.
Sin ningún rastro
de arrepentimiento o culpa, todos los recuerdos me llenaron de buenas memorias
y un calorcito bonito dentro del pecho.
Los caminos
andados, si los andas bien, no pueden dejar otra cosa que buenas sensaciones
para el corazón.
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