Hola, no sé si de casualidad algún día leas lo que aquí te escribo, francamente no sé si deseo que lo hagas, dejemos que nuestros destinos entonces, cruzados al fin, lo decidan. Tú y yo sabemos, que la casualidad, no existe.
Me dueles, me duele ver la sombra de lo que alguna vez fue un brillo increíble en tus ojos bicolores, me duele ver lo que alguna vez fueron tus sueños y anhelos enterrados en algún lugar lejano donde no quieres encontrarlos, me duele verte temerosa y desdeñosa de hacer lo que algún día incluso yo creí que harías.
Me duele la no nacida, me hiere el no encontrado, me lastima el engañado y me carcome la inercia que, al parecer, te lleva a aquel lugar en el que nunca quisiste estar. Me duele a veces no entender qué te motiva, no saber ya cuál es tu sueño verdadero, me duele querer saberte, y entonces saber que no eres la misma de ayer.
Me duele más tu perspectiva que tu partida, porque podrías haber partido de mi vida, pero seguirías siendo ella, y yo sé a dónde ella se dirige, dónde buscarla; pero permaneciste en mi vida, impasible, bella, deseada y franca. Ahora sé, que partiste de la tuya.
Yo no soy más que un amigo, un tonto amigo, un entrometido amigo, un impertinente, necio y singular amigo. Pero soy un amigo que te supo feliz soñando, a veces soñando conmigo. Hoy, lejos de tu vida, cerca de la mía, trato de seguir los pasos de un alazán perdido. No es mi deseo someterlo al encierro, sino saber que sigue un camino.
¿Tu y yo? ¡Qué mas da!, a ti no te he perdido, hoy lo supe, tanto como tu me sabes tu singular entrometido. ¿A qué va todo esto? Compañera, usted sabe que puede contar conmigo no hasta dos o hasta diez sino contar conmigo.
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