No soy un fanático de las reuniones familiares, nunca he sabido la razón.
Puede ser un trauma de la niñez, pasando tantas navidades soportando las mentiras de una familia que fingia amor y comprensión cuando en realidad deseaban estar lejos el resto del año. Quizá no me gusta que me cuestionen demasiado acerca de mi forma de actuar y de pensar, pues para algunos de los integrantes de mi familia soy la oveja negra sólo porque no hago lo que les gustaría que hiciera; o tal vez sólo me parezco demasiado a mi madre, quien tampoco ha sido muy apegada a su propia familia.
Desde hace algunos días, tengo dos visitas, mi tía Teresa y su hija, "la yoyis", una niña con la que viví durante alrededor de 7 años en mi segundo hogar adoptivo. Ella y su madre se quedarán en mi casa hasta el martes. De pronto, pierdo mi cama y regreso a dormir en el sillón, no tengo un sólo momento de intimidad en mi casa y no puedo salir con mis amigos y amigas, pues sería tremendamente descortés de mi parte dejar a mi prima sola en mi casa. Y me siento muy extraño, me siento apapachado y querido, me siento hasta feliz de que la latosa ésa me despierte temprano porque tiene hambre y quiere que preparemos juntos el desayuno.
Hoy no comió en la casa. Su novio vino por ella para llevarla a comer... y la extraño.
Siempre he apreciado mi soledad, el tener tiempo y espacio para pensar, sin interrupciones, sin miradas sobre mi hombro ni alguien que me quite del lugar en el que estoy o le cambie de canal a la tele...
Pero hoy, las visitas son gratas, no puedo entender la razón, pero me gusta tenerlas en mi casa. Porque de pronto, siento de nuevo ése calorcito de hogar.
El apapacho, sin que uno lo pida, cuando más lo necesita, se siente exponencialmente mejor que un baño caliente después de un día de trabajo.
ResponderEliminarDisfrútalo!
(mientras sea disfrutable jejeje luego buscarás tu soledad y la disfrutarás como antes).