viernes, 25 de septiembre de 2009

UNA POSTAL DE EL PARQUE DE LA MARIMBA

Tuxtla Gutiérrez, Chiapas; un evento inesperado me llevó a la cuna de Sabines. No apenas tengo tiempo para comer, pero al caer la noche, logro hacerme de una hora de descanso.

Tomo la combi de la ruta uno y me bajo en la esquina de la Octava Poniente y Av. Centra, a dos cuadras del Parque Central; alguien me dijo que una visita a éste lugar en la noche, era obligada.

Había pasado frente al parque alrededor de 10 veces durante el día, pero poco tiempo había tenido para observarlo. Lo primero que me sorprendió fue la magnífica iluminación brindada por altos faroles, con una base de piedra y luz blanca, situados a una distancia aproximada de 5 metros uno del otro.

En el parque, a pesar de la hora puedes ver diferentes vendedores ambulantes ofrecen globos, algodones de azúcar, rehiletes chicharrones, ropa y bisutería típica, también hay algunos locales, la mayoría ofreciendo café y souvenirs típicos, lo que llena el ambiente de una atmósfera especial saturando el aire con el aroma del café.
En el centro del parque, se levanta un hermoso quiosco, donde dos marimbas, un güiro, una batería, dos congas y tres saxofones se encargan de amenizar la noche con versiones de lo más peculiar de algo que yo llamaría "Cumbia marimbera".

El quiosco está lleno de luces que adornan cada una de las columnas y su techo; tres pendones tricolores adornan su borde y cuerdas llenas de banderines de colores llegan desde los árboles de los alrededores hasta el borde del techo.

Alrededor, el piso adoquinado se encuentra tremendamente desgastado por el ir y venir de paseantes y bailarines que no se resisten al contagioso ritmito de la marimba y lo curioso es que, contrario a lo que pasa en el D. F., las personas que se reúnen aquí son de todas las edades.

Por ahí llegan a la pista una pareja alrededor de los 70's, con una extraña danza, cada quien a su paso, volteando a todos lados, me da pena pensar que hayan vivido así toda su vida de pareja, bailando cada quien a su ritmo sin notar a quién tenían enfrente; mas acá otra pareja alivia mis pensamientos, ambos de alrededor de 35 y sin nada que destacar con excepción del muy peculiar estilo del caballero para bailar; muy enderezado, paradito, con pasitos sincopados y movimientos de los brazos que parten de los codos, pues el resto lo dejaba pegado al cuerpo, una vueltita, la mirada pícara y la risa sincera de su pareja ante la coquetería de su acompañante.

Más cerca de mi, un grupito de chicas de secundaria hace una rueda de baile soltando gritos y aplausos, apenando al único chico que las acompaña que no sabe si sentirse agobiado o halagado por el reconocimiento y atención de las chamacas. Un poquito más allá, bajo uno de los faroles, dos niñas, ambas vestidas de rosa, peinadas de cola de caballo y un poco regordetas. Ninguna de las dos sabe bailar aún; la mayor, de unos 5 años, comienza a tener una idea y trata de llevar a su hermanita, 2 años menor que compensa su falta de ritmo con unos movimientos que dejarían atónitos a la "Tongolele".

De cuando en cuando, se escuchan saludos y canciones dedicadas a cargo de la presentadora, una mujer de alrededor de 30 con unas preciosas sandalias de gamuza que aprovechaba los popurris de la orquesta para dejar su puesto y bailar a ratos con quien se dejara.

Por ahí regadas, las parejitas ya formadas que van a aprovechar la noche tibia para dar la vuelta y "romancear", cerca del quiosco, las chicas solteras y alguno que otro galancillo haciendo su lucha bajo la supervisión de la tía, o la madre.

La noche era en realidad hermosa; tibia, clara, y a pesar de una lluvia muy ligera -"chipi chipi" diría mi abuela-, podías sentarte cómodamente, pues árboles muy altos y de copas extensas te protegían muy bien, sorprendiéndote sólo ante alguna brisa que sacudiese las hojas lo suficiente como para dejar caer algunas gotas.

Me quedo sentado en una banquita durante alrededor de una hora, hasta que la orquesta deja de tocar, a las 10 y la mayoría de los asistentes comienza a desalojar el lugar.

El ambiente está lleno de familiaridad y aún conserva ése aire delicioso de pueblito que tantas urbes han perdido.

Chiapas, de ti me puedo enamorar.


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